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Ha llegado la nueva normalidad y con ella muchos más cambios de los que pudimos haber pensado. Y no me refiero a las medidas adoptadas para salir de casa y relacionarnos con los otros, sino también en cómo hacer frente a la vida en general, responder y solucionar problemas cotidianos y anteponerse a las vicisitudes que nos depara cada día.
En este tiempo de subidas y bajadas, de vivir un confinamiento y su posterior reapertura a la vida social, ha generado una cantidad infinita de cambios tanto psicológicos, físicos y por supuesto, sociales.
A nivel psicológico, es frecuente escuchar que desde el confinamiento hemos podido sentir tristeza, apatía, desinterés, sentimiento de vacío y hasta llegar a tener pensamientos rumiativos sobre el contagio de la enfermedad, trastornos psicológicos, deterioro de la actividad cognitiva o depresión, entre otros.
Lo rápido que ha avanzado esta enfermedad y los costes de vida que ha generado en tan poco tiempo, ha sido sin duda una de las señales más alarmantes en cuanto a la importancia de esta pandemia y la presencia de distintas emociones como, ira, tristeza, desesperanza, han sido las más habituales, al igual que los miedos e incertidumbre no solo a lo nuevo, sino también a lo que ya era conocido. Sin embargo, es normal sentir, como hemos venido sintiendo y pensar como hemos venido pensando. Son muchas dudas y es parte del proceso de adaptación, que puede ser diferente en una persona o en otra.
También encontramos que hemos vivido cambios a nivel físico, al salir nos podemos sentir más cansados, o que nos cansamos con mayor facilidad, que hemos podido perder musculatura y resistencia al caminar o al hacer cualquier actividad. Esto también es una consecuencia evidente del período de confinamiento, donde la movilidad era mucho más reducida, no solíamos tener contacto con el sol, ni con el aire en la cara, con lo cual no podíamos aprovechar los beneficios que nos ofrece la propia naturaleza, desde el simple hecho de respirar aire puro, hasta la síntesis de vitamina D gracias a la incidencia de los rayos solares sobre nuestra piel.
El retomar las rutinas que habíamos dejado de lado, se pueden considerar como una de las cosas más difíciles que se nos ha presentado, ya que significa iniciar nuevamente la actividad física, horarios y responsabilidades fuera del hogar y sobreponerse a uno mismo.
Estos deterioros no acaban aquí porque:
Gracias a la tecnología hemos podido mantener el contacto con nuestros seres queridos, y si bien ya lo veníamos haciendo a través de las redes sociales y distintas aplicaciones que permiten hablar a través de ellas, en esta temporada se ha magnificado su uso. Cosa que por un lado nos ha ayudado a sobrellevar todo este proceso, pero que también ha interrumpido la comunicación con el núcleo familiar o con las personas con las que hayamos pasado el confinamiento. Y esto no queda aquí, hemos aprendido a vivir de una manera más virtual. Este tipo de interrelación no ha variado mucho desde el inicio de la pandemia, este método comunicativo se ha “normalizado” hasta tal punto de comunicarnos a través de estos medios con personas que tenemos cerca.
En este sentido, hemos desarrollado una vida mucho más virtual que la que teníamos antes, considerando entonces las relaciones sociales virtuales y añadiendo distintas actividades que ahora se realizan como el teletrabajo, reuniones por videoconferencia, etc.
En síntesis, hemos obtenido “beneficios de la pandemia”, como mayor gerencia del tiempo, solución rápida de gestiones (banco, súper, compras, etc.).
Pero no todo suena tan bien, todos estos cambios han colaborado a impulsarnos al aislamiento, el «yoísmo», creación de la identidad que deseamos a través de la vida virtual (que puede o no coincidir con la real), decaimiento en las relaciones presenciales y habilidades sociales, impaciencia, baja tolerancia a la frustración, poca receptividad y dificultades a la hora de resolver conflictos, entre otros.
Este nuevo estilo de vida que hemos adoptado, los cambios tanto físicos como psicológicos que ha acarreado la pandemia del coronavirus, son señales que nos deben impulsar a mantener alerta sobre sus beneficios y también sobre sus consecuencias, buscando siempre el equilibrio.
¡No todo está perdido! la apertura de puertas, todo el proceso de desescalada que hemos vivido y la entrada a la nueva normalidad, nos ha hecho movilizarnos, aprender, adaptarnos y gestionarnos de maneras diferentes; pero, sobre todo, hemos vuelto a sentir que volvemos a tener las riendas de nuestras vidas.
Debemos aprender a continuar con nuestras vidas, retomar actividades que nos gustaban y tuvimos que dejarlas de hacer, caminar, respirar aire fresco y hacer actividades al aire libre, nos ayudará a estabilizar nuestro estado de ánimo y salir poco a poco de esa apatía y a controlar los pensamientos rumiativos, manteniendo la mente ocupada y a su vez ocupándonos de nosotros mismos y de nuestra salud.
Otros consejos a nivel psicología, para poder recuperarnos pueden ser: practicar el contacto real con personas reales y no detrás de una pantalla, verbalizar los sentimientos, observar cómo éstos fluyen en nosotros y aceptarlos, ¡no pasa nada por sentir! Y realizar ejercicios tanto físicos como mentales; descansar un poco de la tecnología, a veces es necesario.
Recuerda, ¡el equilibrio es la base para mantenernos en pie!
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