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La obesidad es una enfermedad mutifactorial, crónica y creciente a nivel mundial.
Actualmente en España hay más de un 50% de la población que presenta sobrepeso u obesidad; lo cual, claramente, la convierte en una problemática no solo de salud, sino también social.
Encontramos que en la obesidad intervienen distintos factores que favorecen su evolución y mantenimiento, entre los cuales podemos ubicar factores genéticos, metabólicos, conductuales y psicológicos.
Dentro de lo que nos compete como psicólogos, trabajamos frente a la obesidad desde un ángulo conductual en cuanto a hábitos y estilo de vida de la persona. Es decir, si bien unos hábitos inadecuados de ingesta y sedentarismo propiciarán el desarrollo de esta enfermedad, este tipo de conducta suele estar motivado por otros factores que son de tipo psicológicos, como por ejemplo: ansiedad, ingesta emocional, escasos recursos de afrontamiento, escasas habilidades sociales, dificultades en la resolución de conflictos, evitación, síntomas depresivos u otros trastornos mentales, consumo de sustancias, otros trastornos alimentarios, bajo autoconcepto y autoestima y estigmatización, entre muchos otros factores.
Por otro lado, es necesario considerar que la exigencia social a tener cuerpos esbeltos y a seguir un patrón corporal se ha vuelto cada vez más exigente, sin considerar aspectos individuales como la tipología y genética; los cuales alejan a las personas de su bienestar para poder ‘satisfacer’ esas demandas sociales, buscando cambios corporales incluso inviables. Esto tiene varias consecuencias: por un lado, el continuar hasta conseguir ese modelo corporal, lo cual puede generar otro tipo de trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia. Y por el otro lado, pueden incentivar a las personas adoptar comportamientos contrarios dados por la propia frustración e indefensión aprendida, “como no consigo ese cuerpo, que más da…”, adoptando hábitos totalmente insalubres, comiendo en exceso y haciendo cada vez menos por su salud.
Del mismo modo, se ha inculcado socialmente que debemos hacer dieta (lo que significa una restricción) como algo obligatorio para poder estar ‘saludables’. Esto, en ocasiones, dista mucho de ser:
1. Necesario en muchos casos.
2. Una alimentación balanceada.
3. Una concepción netamente racional.
Y desarrollando, por el lado que nos toca, el último punto: esta concepción, por si misma, genera en la persona rechazo al tratarse de una obligación a privarse. Te pondré un ejemplo:
Seguramente no te suenan igual estas dos frases: “Tengo que hacer dieta” a “Quiero empezar a comer mejor” ¿Verdad que no? Pues justo porque se refieren a cosas diferentes y a la posibilidad de escoger. Es decir, podemos hacer ciertas modificaciones en nuestra alimentación sin que esto signifique hacer dieta, privarnos de comer o un tipo de alimentación impuesta.
Si bien la obesidad no es una enfermedad psicológica, no se puede descartar que parte de sus factores predisponentes y mantenedores si lo son.
Del mismo modo en el que para trabajar la obesidad la meta no es solo bajar de peso y llegar a un rango saludable para nosotros, sino que, además, se pueda mantener en el tiempo. La conciencia de enfermedad y la motivación deben ser elementos esenciales para lograrlo.
No se trata de imponer nuevos hábitos, se trata de interiorizar la necesidad de llevar una vida más sana.
Aunque no lo parezca, la obesidad, al igual que otras enfermedades, ofrecen a la persona ciertos ‘beneficios’, los cuales dificultan el cambio conductual; entre ellos podemos encontrar, quizás, la evitación social, la dependencia emocional, el cuidado y atención por parte de otros, la flexibilidad, permisibilidad, etc. Es como si el cerebro nos dijera: “Todas estas situaciones en las que me he visto envuelto/a e incluso protegido/a por esta enfermedad hará que, aunque sepa que puede haber un problema, dificulte superarlo, porque realmente el problema es otro y lo escondo con estos hábitos pocos saludables”.
Otro de los factores psicológicos que afecta notablemente en la obesidad y en los trastornos alimentarios, es la deficiente gestión emocional. En ocasiones (sucede también con la ansiedad) adoptamos conductas alimenticias inadecuadas para llenar un vacío (el cual lo ubicamos simbólicamente en el estómago) o para esconder emociones y sentimientos que no sabemos manejar adecuadamente e incluso expresar. Por lo cual, la comida nos sirve para esconder sentimientos e, incluso, para escondernos de ellos.
Así mismo, como has podido ver, nos podemos esconder tras la comida hasta el punto de considerarlo una zona segura o de confort. En estos casos es muy frecuente escuchar en los pacientes frases como “me siento mejor cuando como”.
La comida en sí misma es un reforzador, ya que cubre una necesidad primaria, necesitamos comer para mantenernos vivos y saludables. Y esto es independiente del tipo de comida, ya sea comida saludable o chatarra, ya sea que nos guste más o nos guste menos, sigue siendo gasolina para el cuerpo.
Lo que sucede es que cuando se trata de una comida que nos gusta, su valor de refuerzo se multiplica. Por este motivo hace que queramos más de ella. Seguramente, en algún momento de tu vida, te habrá pasado algo como esto “me comeré un chocolate… porque he conseguido un objetivo… porque he trabajado mucho… porque me lo merezco… estoy llena/o pero es que está buenísimo”. Y de la firma forma, también te ha podido surgir pensamientos como estos: “me siento triste, me comeré algo rico para sentirme mejor”…etc.
De este modo, le asignamos a la comida un valor adicional, más allá de ser algo necesario, se vuelve algo muy placentero, lo que lleva en muchos casos a la obesidad.
Si a esto le añadimos que, en nuestra cultura se asocia con comida las celebraciones, encuentros sociales, reuniones, etc., puede facilitar el entender el motivo de ese valor otorgado a la comida.
Si percibimos en el ambiente o en nuestro entorno amenazas constantes por no saber o no tener los recursos necesarios para enfrentarlos y superarlos, necesitamos crear otros mecanismos que nos ayuden y éstos pueden no ser necesariamente beneficiosos para nuestra salud; por lo que, del mismo modo que hay quienes consumen sustancias, otras personas pueden adoptar una conducta alimenticia inadecuada.
La importancia de abordar la obesidad más allá de ser una enfermedad per sé, es el hecho de las múltiples consecuencias que genera, siendo una enfermedad que puede derivar a otras que no solo empeoran la sintomatología y el bienestar de la persona, sino que puede poner en riesgo su vida, como las enfermedades cardiovasculares, entre muchas otras.
Por tanto, si este artículo te ha permitido identificar en ti alguna conducta que no sea necesariamente sana conoces a alguien que puede estar presentando esta problemática, no esperes más y contacta con nuestro equipo de psicólogos online, estoy segura de que podremos ayudarte.
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